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Cine

EL ARGENTINO ES UN ANIMAL GROTESCO

 

 

 

 

Por Maru Leonhard

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quería ver Relatos Salvajes por varios motivos: Damián Szifrón me cae bien y me parece muy talentoso, soy fan de Los simuladores –y un poco también de todas las otras cosas que ha hecho- y puedo ver más repeticiones de ellos que de Los Simpsons y había tanto revuelo que quería saber si realmente era una película para tanto revuelo.

 

El domingo, finalmente, la vi en un cine que explotaba de gente comiendo y de murmullos y celulares encendidos. Y me gustó.

 

Relatos Salvajes, para el que todavía no lo sabe (porque a esta altura ya se escribió mucho e incluso temo no poder decir nada nuevo), son seis historias de venganza, odio, resentimiento, lucha de clases y mucha violencia. Las historias son independientes entre sí, no repiten ni personajes ni actores ni hay una línea argumental que las una. Empiezan, se desarrollan, terminan, negro, empieza otra. Es muy difícil contar de qué se trata cada uno sin quemar el relato porque basta con decir la línea argumental para que todo quede expuesto y porque en un punto hasta no es tan importante de qué tratan los relatos sino lo que los relatos, entre todos, engloban. Hay seis relatos, sí, pero podrían ser cualquier otros seis y seguir diciendo lo mismo entonces me quedo con eso: son seis relatos salvajes que vale la pena ver por algunas cosas y no vale por otras.

 

Damián Szifron conoce el imaginario colectivo que tenemos los argentinos sobre los argentinos. Cómo es el argentino promedio clase media y también al clase alta y también al pobre. Cómo se mueve ese argentino, qué piensa y qué odio contenido tiene dentro. Qué viste, qué palabras usa, qué hace cuando esta enojado, cuando está por perder el control. Cuáles son sus fantasías más oscuras de venganza contra todos los que lo maltrataron en la vida, contra la burocracia, contra los que lo lastimaron. Por ese lado, Relatos salvajes es una radiografía perfecta de lo que pensamos que somos como argentinos: neuróticos y desequilibrados, al borde de la locura, incontinentes y violentos pero siempre simpáticos, en el sentido más animal: hacemos todo porque el otro nos sacó. La culpa siempre es del otro (esto es un planteo casi peligroso y más teniendo en cuenta cómo somos los argentinos, fans de que la culpa la tiene el jefe, el vendedor, el gobierno, el sistema, el que manda). ¿Pero somos realmente así o eso es lo que nos hicieron creer que somos y lo estamos repitiendo hasta el hartazgo?

 

Así como Damián Szifron conoce ese imaginario del argentino promedio también conoce de cine: sabe escribir, sabe filmar, sabe hacer actuar. Estéticamente la película es impecable. Estructuralmente funciona (no tanto a nivel largo sino cada uno de los relatos y el orden en el que están puestos en la película), imagen y sonidos perfectos, algunos planos más artificiales que otros nos recuerdan que nunca estamos frente a la realidad sino a una representación pero eso también está bien. A Szifron le gusta el cine clásico y se nota. No le interesa ser rupturista ni vanguardista: le interesa contar una historia y que todos la entiendan. La película tiene momentos muy graciosos y otros en los que la tensión se sostiene hasta el final del cuento (e incluso Damián Szifron logra la combinación perfecta de ambos elementos: en el segmento de Sbaraglia y Donado el suspenso es tan importante como el humor y el equilibrio entre ellos hace que ese sea uno de los mejores momentos de Relatos Salvajes). Las actuaciones están en su punto justo (se destacan mucho: Rita Cortese, Leonardo Sbaraglia y su compañero en el relato El más fuerte Walter Donado, Erica Rivas como una novia descontrolada, Oscar Martínez).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Uno de los problemas de Relatos salvajes es que le habla a un espectador ingenuo y eso, por momentos, la hace parecer televisiva (algo que no es negativo sino formal). Algunos recursos (algunas músicas, algunos chistes) son demasiado publicitarios y parecen estar plantados para que a la gente le guste la película y no porque le hacen necesariamente bien a la película (hay un chiste en particular en el segmento de Sbaraglia con la voz del gps que hasta pareciera estar metido por un productor y no por el director) y otros recursos, más narrativos, hacen que todos los segmentos tengan poco vuelo: no hay otro desarrollo posible que el que está mirando espera y eso, que a priori no parece ser negativo, termina haciendo que todos los cortos sean un poco parecidos (no superficialmente sino en profundidad, como si la fórmula se repitiera con mínimas variantes de un corto a otro) y que por eso sea tan difícil poder decir de qué va cada uno sin decir todo lo que cuentan.

 

¿Por qué, si me gustan los guiones, la estética, las actuaciones y el humor, no volvería a ver Relatos Salvajes? Es algo muy personal: no me gusta el exceso. No me interesa ese tipo de desborde. No me interesa el animal grotesco que se pelea y putea y rompe todo y después llora acurrucado en una esquina. No me interesa esa imagen del argentino aunque los argentinos creamos que somos así.

 

Relatos Salvajes se emparenta mucho a algunas películas de Pedro Almodóvar, a Muertos de risa de Alex de la Iglesia, a algunos desbordes de Fellini. ¿Te gusta eso? Entonces no tenés más nada que pensar, andá a verla ya.

 

Yo prefiero la violencia contenida (por algo me parece que uno de los segmentos más logrados es el de Oscar Martínez en el que una familia rica planea cómo hacer zafar de la cárcel al hijo adolescente que acaba de atropellar y matar a una mujer embarazada). Prefiero un golpe dado justo a tiempo, la sutileza del silencio (hay, en especial, un monólogo demasiado largo de Erica Rivas que le quita mucha fuerza al relato), el terror de la soledad. En los relatos salvajes que plantea Damián Szifron el mecanismo es tan irracional que a mi me entristece un poco: no hay mediación posible. Alguien nos hace enojarnos y perdemos el control y lo perdemos por completo y entonces quedan: sangre, odio, muerte. No me interesa. Me interesa la violencia progresiva, la violencia inteligente, las venganzas divertidas.

 

Relatos salvajes es entretenida, no lo niego. También es divertida y está bien filmada, se disfruta muchísimo. Pero propone algo que no es para todos. ¿Hay que ver Relatos Salvajes? Sí, porque es una gran película. Pero tampoco hay que fanatizarse. Escuché a muchos diciendo que si todo el cine argentino fuera así verían mucho más cine argentino. Pero ¿el cine argentino tiene que ser como Relatos Salvajes? No, y aunque eso sea todo otro debate, hay algunas razones fundamentales: porque no hay tantos damianes szifrones en el país, porque no hay tantos productores que estén dispuestos a invertir tanto –en producción, distribución y publicidad- en personajes que no son damianes szifrones y sobre todo porque hay muchos a los que no nos interesa tanto –o sólo- este tipo de películas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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