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Una amante

 

      Corría el año 1926. El profesor Guash Leguizamón pidió a sus alumnas del Instituto del Profesorado que leyeran “Lunario Sentimental” de Leopoldo Lugones para comentarlo en clase. Era muy difícil conseguir un ejemplar de la ya agotada edición. Emilia Cadelago pensó que en la Biblioteca del Maestro, dirigida entonces por Lugones, debía existir algún ejemplar accesible al público. Gran desilusión. El poeta director no había donado, todavía, ningún ejemplar. Ante su gesto de desolación, la eficaz empleada que la atendía, le dijo: “Ahí está el Sr. Director, pídaselo directamente”. La protagonista, en un arrebato digno de su timidez, se acercó a él cuando atravesaba el salón. Muy hosco, Lugones le preguntó: “¿Viene por un autógrafo?”. “No, señor”. Y le explicó el motivo que originaba el pedido. El la citó para unos días después en su despacho. La recibió en la Sala de Biblioteca para niños. Pasado un tiempo él evocaría la entrevista contándole que muy tímidamente, se había sentado en la punta del sillón, en incómoda postura y una poesía “La hora del destino” señalará lo que ese día pasó en el espíritu de Lugones:

 

Lo que aquella tarde me cambió la vida,

dejándola a la otra para siempre atada,

fue una joven suave de vestido verde

que con dulce asombro me miró callada

 

En ese momento, el día de la cita, Lugones no tenía un ejemplar de “Lunario Sentimental”. Se lo dedicó después. El 23 de junio, es decir diez días después del cumpleaños de Lugones, le regaló “Las horas doradas” con su firma y fecha. Había nacido una pasión avasalladora. El tenía 52 años y Emilia sería en su vida “su” Aglaura, diosa griega que representaba la esplendidez, la brillantez.  

 

Durante 1926 Lugones le enviaba poesías escritas en castellano, francés e inglés. Usaba con demasiada frecuencia dos anagramas: Osolon de Ploguel o Ugopoleón del Sol. El mismo lo certifica en cuatro cuartetas:

 

Nada había cambiado

más, con memoria infiel,

ya nadie se acordaba

de Osolón de Ploguel.

 

Del otro que era él mismo,

tampoco se sabía

diz que en la torre mora

dama Melancolía.

 

Que con la mano puesta

sobre su facistol

hojeaba el romancero

de Ugopoleón del Sol.

 

Los anagramas dan la impresión de cierta defensiva pudibundez del autor. También usa otro anagrama para ella: Diamela Gacelio, que equivale a Emilia Cadelago. Tal pudibundez irá disminuyendo a medida que su pasión se intensificara. Ese mismo año le dedica “Romancero” diciéndole:

 

Novia mía consagrada

por mis cinco adoraciones

Fe de Leopoldo Lugones

aquí te queda estampada

 

En el misterio divino

que nuestra ventura sella,

tu amor encendió la estrella

más clara de mí destino

 

Y así con voto sincero

te juro por mi esperanza

que eres la mejor romanza

de todo mi Romancero

 

Leopoldo Lugones cumple 50 años en 1924. Dos años después aparecerá Emilia Cadelago y ella contribuirá a que él logre equilibrio y olvide el afán de morir, hasta que –en su ausencia, en 1938- renacerá esa angustia de 1924.

Ese año aparece la segunda edición de “Lunario Sentimental” que le dedica así: “A Aglaura, mi dulzura”. 

 

Princesa, si yo no fuera

tuyo lo que en mí hay de hermoso.

Yo este libro caprichoso

a tus pies de ángel pusiera.

 

Acéptalo y deja, pues

que así por tu gracia honrado,

me confiera el principado

poniendo un beso a tus pies.

Tu novio que te adora

                                                                                

Leopoldo

 

 

    ¿Por qué se corta este romance con “la novia inmortal” como él llamaba a Aglaura? No podría precisar si fue en 1932 o 33, cuando Leopoldo Lugones (hijo) solicitó una entrevista a Don Domingo Santiago Cadelago y a su esposa, doña Emilia Moya, Santiago Cadelago era Ingeniero de la Armada Argentina y tenía un concepto de honor –compartido por su esposa- muy finisecular. Recibieron al visitante en su vieja casona de Villa del Parque. Lugones (hijo) llegó intemperante, para alertar a los padres acerca de los amores de su hija. El conocido comisario de la Policía de la Capital había interceptado el teléfono de la familia Cadelago y tenía grabadas las conversaciones de Emilia con “su” novio, Leopoldo Lugones. Este le había hablado de casamiento porque ya no podía vivir sin su Aglaura.

    La visita se marchó dejando en los oídos de sus interlocutores la terrible sentencia: “si no se corta la relación, él, Leopoldo Lugones (hijo) comenzará los trámites para lograr una declaración de insana de su padre”.

    El dilema de la tan amada Aglaura era: o romper con sus padres y la pacata sociedad en la cual se movía, o desaparecer de la vida de Lugones. Tomó esta última y difícil resolución. Lugones no se resignaba y sus cartas son dolorosamente eróticas. No hay duda de que ella contestó algunas, pero no dio ningún paso a volver a encontrase con él.  El renunciamiento de Aglaura fue total. Prefirió sufrir callada durante toda su larga vida para evitar que se tramitara un juicio tan denigratorio como ese con el cual ilusoriamente amenazaba Lugones (hijo).

    

 

      Emilia Cadelago era mi amiga desde hacía muchos años y dispuso que todos sus papeles pasaran a mis manos. La conocía en la Facultad de Filosofía y Letras, donde asistía a los cursos que le interesaban. Se había recibido en el Instituto del Profesorado, en la especialidad de Letras. Ella no tenía un carácter fácil y existía una valla psicológica que era difícil atravesar. Sólo con los años conocí las causas que la llevaron en la vida a estar permanentemente en guardia, como a la defensiva. No era una mujer derrotada. Tampoco demostraba ansias de vivir. Poseía un orgullo interno que fastidiaba a cualquier interlocutor (en este caso yo) hasta que conocí parte de su vida y de su amor. Después de su confidencia, pocas veces volvió sobre el tema. Evocaba a Lugones y su sonrisa denotaba un regodeo interno que no quería o no podía traducir en palabras. Y ahí moría la conversación.

      Emilia Santiago Cadelago murió en Buenos Aires el 12 de mayo de 1981. En su ataúd la acompañaba un gato de peluche que Lugones le había regalado.

 

 

                                                                                

 

Extraído del libro

Cancionero de Aglaura –cartas y poemas inéditos-

Compilación: María Inés Cárdenas de Monner Sanz

Ediciones Tres Tiempos (1984)

Una Amante

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