top of page
Crónicas

PRAGA, O LA CIUDAD INVISIBLE

 

 

 

 

Por Guillermo Tangelson

Por motivos laborales, mi forma de conocer ciudades se vuelve inevitablemente nocturna. Eso me conecta con otro tipo de ciudad y otro tipo de personajes. Praga, o la Praga nocturna que llego a conocer, me interpela con sus calles oscuras y los personajes que trae la noche.  Los contrastes se vuelven entonces misteriosos, inquietantes. Una ciudad, la del pasado, está representada por monumentales castillos, óperas,  torres, relojes astrológicos, iluminados todos ellos de manera majestuosa. En el medio de todo aquello, cruzo casinos, cabarets, proxenetas, en lo que imagino es una de las calles principales de la ciudad. 
Sin embargo, salvo por alguna invitación a la pasada, como de piropeador a la antigua, entienden con quien insistir y con quién no, y pronto me dejan solo. 
Hay museos del terror, en los que recuerdan las torturas del medioevo; muesos del comunismo, en los que recuerdan las persecuciones del stalinismo; museos de la guerra fría, con bunkers antinucleares y máscaras de gas, donde recuerdan sus muchas muertes; museos como el de Kafka, que homenajean al brillante autor; hay bares, como "Propaganda", que rinden un irónico homenaje a los tiempos del comunismo;  tienen incluso museos de cera, en los que homenajean a George Clooney, a Bruce Willis y a Nicholas Cage. De toda la historia que tocó a los checos, a nosotros nos tocó vivir ésta, no nos queda otra. 
En el hotel me advierten que en Praga hay una plaga de arañas, pero nada nos dicen de la plaga de McDonald's y Starbucks que recorre sus calles con otro tipo de ponzoña.
Cada edificio está tan admirablemente restaurado y mantenido, que parece tener la historia lavada, y queda así en una pura apariencia, en el tríptico con grandes fotos y breves frases invitantes.
Uno de los tours la promociona como "the most haunted city in Europe", la ciudad más maldita, la más hechizada. Hay historias de fantasmas, hay catacumbas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

A solo 20 kilómetros, un pueblo entero, llamado Lidice, fue arrasado por los nazis. En la masacre llegaron a sacar a todos los muertos del cementerio para quemarlos, todos los hombres asesinados, las embarazadas obligadas a abortar, o enviadas a campos de concentración, y secuestraron a los niños en edad de ser "germanizados" por familias. Un pueblo entero desaparecería de la faz de la tierra, cómo represalia por el asesinato del oficial Reinhard Heydrich. 
Sus sobrevivientes volvieron para refundarla, desde sus cenizas.
Al ave Fénix que es Praga, huella como pocas del siglo veinte, no se le ven las heridas, al menos no en la superficie. Entonces empieza para mí un desafío íntimo, el de nadar esa oscuridad hasta encontrar la herida. 
No es una tarea fácil, porque las calles están colmadas de tiendas para turistas con remeras, muñecos de madera, absenta, y un sinfín de copas, vasos y figuras hechas con cristal de Bohemia, flamantes antigüedades  miles de trampas s la memoria sobre lo que aparentemente es un pueblo. En las calles solo hay turistas. Miles de turistas. Todos con una cámara colgada o empuñada, lista para capturar todo lo que entre en una foto. Pero no todo entra. Cada casa es única por una moldura, un escudo, una figura. Es algo distintivo pero sutil. Lo viejo está detrás de la capa de pintura fresca, se deja ver pero a la vez está tan expuesto que parece esconderse detrás de esa pura apariencia. Praga se distrae, te cambia de tema, está presente y se deja ver, pero no te mira. Es tan hermosa la espalda de Praga que nadie busca su verdadera mirada. 

Rumbo al castillo de Charles, el más antiguo de Europa, veo a un hombre que toca el violín. Es una de las calles más populosas, rumbo a la cima de la colina que forma esa ciudadela que conforma el castillo.  En el estuche del hombre, que parece cansado y a veces desafina, hay menos de tres monedas de diez coronas. Sigue tocando, lo miro y pienso en todo lo que sabe y que nadie le preguntará. Le sacan fotos y no le dejan nada a cambio. Ni siquiera se quedan escuchándolo, porque ya tienen la imagen para mostrar en casa.
Vuelvo con la sensación de haber tenido en mis manos un hermoso cofre con un tesoro que no se abrió ante mí. Praga me esquiva, pero pronto comprendo que ese encuentro imposible es también parte de la magia de esa ciudad que por momentos sabe mostrarse invisible.

bottom of page