Entrevistas
Por Pablo Milani
Entrevista Natalia Monsegur
Natalia Monsegur: “La poesía es un espacio de rebeldía necesaria”
La conocí una noche casi como todas las demás en el ciclo de poesía Rumiar Buenos Aires, e inmediatamente quedé impactado por su combinación en sus palabras de viajes y poesía. Luego de conseguir su libro, Casa de viaje (Viajera Editorial, 2010), la contacté para esta entrevista que de a ratos quiso ser charla y fue también reiteradas veces interrumpida por el que escribe. Fue una tarde /noche de otoño de lluvia en un bar del siempre barrio porteño de Palermo. Había sólo una mesa ocupada, que se desocupó ni bien ingresamos al lugar, además de la nuestra. La luz también era de otoño, amarilla, tenue. El resto fue música y lluvia de fondo. La entrevista fue atravesada por la inconfundible voz de la cantautora francesa, Zaz.
Natalia Monsegur nació en 1983 en Barcelona (España), a los nueve años se mudó con su familia a Buenos Aires. Es Licenciada en Letras de la UBA. Formó parte del taller literario de Ana Guillot. Editó Casa de Viaje (Viajera Editorial, 2010) Hoy se dedica a la docencia. Dice que ahora prefiere escribir ficción y que siempre está bueno el ejercicio de la escritura porque, entre otras cosas, es un acto apartidario.
¿Cómo surge Casa de viaje?
Surge a partir de cosas que escribí a partir del 2008, (el libro es de 2010). De las memorias de los viajes y las fantasías de los viajes futuros o paralelos. El libro es mucha escritura acumulada. Llevó un tiempo darme cuenta, no sola, sino con el taller que asistía en ese momento. Había líneas, había temas que volvían y volvían. Y ahí me di cuenta que había temas en los que yo me quería enfrentar. Creo que eso está claro en el libro. A veces los temas que uno quiere escribir están para uno muy claro y para otros no. Fue darme cuenta de que había algo que me apasionaba y quería seguir escribiendo sobre eso. Habían palabras, movimientos y llegó un momento donde había mucho material también. Hubo mucho incentivo también de mi profesora de taller en ese momento, Ana Guillot. Generalmente pasa eso, de tener alguien que te lleva de la mano cuando uno es más pequeño. Y sucedió. Y fue muy placentero el armado del libro. ¿Cómo se ordena esto? ¿Cómo puedo jugar con eso? El libro tiene dos partes. En realidad, yo quería que el libro estuviera
En Casa de viaje hay varias vidas en una que se mueve entre pasado, presente y futuro. Hay humor. Es muy importante el vínculo familiar además. Y todo esto escrito en un total estado de libertad.
¿Cómo pensaste la estructura del libro?
En la casa de arriba y la casa de abajo, hubo un pensamiento. Dialogan entre sí. Hay mucho juego. Una mayor libertad a la hora de escribir como vos decís. En la casa de abajo encontré la prosa y me sentí muy cómoda con eso y después seguí por ahí.
¿Influye la ubicación geográfica a la hora de escribir?
Influye moverse yo diría. Moverte y darte cuenta que te estás moviendo. Cuando uno se mueve y cuando uno viaja tiene la curiosidad o las ganas de estar viendo cosas nuevas. Entonces ahí se te despierta algo. Se te hacen nuevas sinapsis en la cabeza. Pero también es un viaje, y un viaje hacia el otro.
¿Qué crees que cambia la poesía?
Para mí es un espacio de rebeldía necesaria para la vida. La poesía es un género que te hace ver las cosas de otra manera, patas arriba. Es alimento. Las cosas en realidad no son como las vemos, como nos la hacen ver. La poesía es el lenguaje que más fuertemente se pone en evidencia con eso. Es un mundo mágico.
En pleno siglo XXI dominado por las redes sociales, la inmediatez, las distracciones, la difícil reflexión en soledad. ¿Qué papel crees que representa la poesía?
La verdad que eso no se puede evitar. La “tipa” está ahí, firme. Preguntándote: ¿Cómo vas a hacer para escribir? Pero también hay una necesidad ahí. Está el que necesita escribir, más allá de esa inmensa distracción. Hay que seguir escribiendo. Hay que hacerlo. Quizás hace dos semanas que no escribís nada, y estuviste muy bombardeado. Facebook es una locura, estás recibiendo información todo el tiempo. Igual está bueno hacer poesía que todo eso hoy porque como es rebelde, naturalmente, y apartidaria además.
Hiciste varios cursos de cine. Uno de ellos en Cuba. Otro con Campanella. ¿Cómo llegas al cine? ¿Qué te atrapó?
Creo que llego por la ficción y es una súper herramienta para escribir ese género. Es muy difícil hacer cine después. Porque necesitas equipos, mucho dinero. No es imposible, se puede lograr. Estudié cine para escribir mejores cuentos, y me ayudó. El cine no deja que el guionista te engañe. Que engañe al espectador. Como un buen cuento policial. Vos no podes crear pistas falsas. Todo se nutre de algún modo.
¿Qué es lo próximo a Casa de viaje?
Ahora vienen cuentos. Hay cuentos cortos, largos. Estoy trabajando en eso.
¿Qué lees?
Leo muchas cosas diferentes al mismo tiempo. De repente tengo ganas de leer teoría o algo más concreto, así como más duro. Leo filosofía, o cosas de Ciencias sociales. Y esas cosas me hacen pensar desde otro lugar. Hace poco leí Bernhard Schlink y me encantó. Leo Psicología también. A veces necesito ordenarme y decir: esto lo termino.
Barcelona vs Buenos Aires
Barcelona es la infancia. Es acercarme a un mundo mágico, como de leyendas. Porque lo que tienen los españoles, que acá en Buenos Aires se perdió mucho, es que mantienen muchas tradiciones, entonces pasaban cosas que yo flasheaba de chiquita. Hay todo un imaginario que es muy nutritivo para el niño y a mí me nutrió un montón. Las festividades, pero medias profanas, porque está todo esto de lo carnavalesco que no es muy religioso. Mi familia no es religiosa, yo tampoco lo soy. Yo me metía en ese mundo de gigantes disfrazados. Después estaba también el hecho de que había montañas y había mar en Barcelona, así que tuve otro contacto con la naturaleza. Mi papá es navegante, así que nos metía en un barco y al mar. Y en el colegio tengo mucho recuerdo de excursión, de frutos silvestres, pero es la infancia. Uno la idealiza.
Y Buenos Aires es como la novela de aprendizaje. Los amigos, los amores, el salir a la noche. Yo disfruto mucho la ciudad. En ésta época especialmente (otoño) me encanta. Y hoy por ahí Buenos Aires se ha transformado. Yo tengo 31 años y pensás que quizás esa novela se termina. Y Buenos Aires empieza a ser la ciudad donde vos estás y empezas a intervenir en ella. Y pensas cuál va hacer tu compromiso con esa ciudad. Es un caos. Pero a veces me encuentro caminando en calles que no puedo creer, de noche sobre todo. Siento que me llevan a otros lugares y me sigue asombrando la belleza.
Ir hacia el mar (inédito)
Arriba el aire era puro y solitario. Podía ver el pueblo y más allá el mar, al horizonte. En el norte, pensó, está la casa. Afinó la vista por las dudas de que lo viera salir por la puerta rumbo al trabajo. Se sentó. Estaba cansada. Había subido durante toda la noche. Le habían aconsejado que eso era lo mejor. Los monstruos, en realidad, se disfrazan de día, había explicado la vieja. Es más fácil reconocerlos cuando el sol se esconde. “Caminarías siempre hacia arriba. Y no mires atrás, porque todo lo que dejas, lo dejas. Sólo necesitarás una muda de ropa. El resto te lo va a dar el monte.”.
Cuando el reloj dio las doce, un búho pasó volando y ella comenzó su camino. Primero despacio, con cuidados de lo que pisaba. Todo crujía debajo de ella, y tuvo miedo. Sintió que algunas aves le volaban muy cerca. Especies que nunca había visto antes. Luego fue tomando coraje y se entusiasmó. Caminó durante dos horas con confianza. Entonces sintió la presencia de un lobo a su lado. Quiso bajar los brazos y acariciarlo, pero pensó que mejor sería no ahuyentarlo ni desafiarlo. Que fuera su compañero.
Al cabo de un rato, tuvo sed y se detuvieron unos minutos a descansar. Estaban solos con la humedad violenta de la noche. Siguieron abriéndose paso y sortearon pozos, trampas y hechiceros. Comieron frutos envenenados y sufrieron alucinaciones. Lo que vio le volvió a doler. Entonces recordó que aquello eran nubes. Y siguió andando.
El sol salió y ella y el lobo ya casi alcanzaba la cima. Si pudieran tocarme esos rayos de sol, pensó. Y sí lo hicieron. Algo entró dentro y danzó en el corazón. Vio cómo su compañero, desandaba su camino y comenzaba a descender. Los animales no se despiden, recordó. Pisó el punto más alto del monte y desde ahí, claro, vio su casa.
Seguramente, si afinaba la vista, podría ver como aquella mujer lo abrazaba y luego le hacía café. Así las cosas, se dijo. Y volvió a mirar el pueblo, y con suerte, la rompiente de las olas. Lo mejor, le había dicho la vieja, para un dolor de amor, es dejar todo atrás e ir hacia el mar.
Natalia Monsegur