ENTREVISTA A AIXA RAVA
Por Pablo Milani
Pasado y presente
Nació en Tierra del Fuego en 1982. Es Profesora en Letras por la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén) y Profesora de Español como Lengua Extranjera por el Instituto de Enseñanza Superior N° 28 “Olga Cossettini” (Rosario). Se desempeñó como docente de nivel medio hasta el año 2010, en el que decidió dedicarse por completo a la corrección de textos y a la escritura. Ha publicado sus poemas en antologías, como el Sexto Encuentro Literario Internacional (CEN Ediciones, 2005) y sus microrelatos en la sección “Cuentos Pulgares” de la Revista eSe (Rosario, 2010). Desde 2013 colabora como redactora para la Revista Kundra y para el portal Baires Digital. Recientemente editó su primer poemario titulado Barda (Buenos Aires Poetry, 2014)
Naciste en Tierra del Fuego, ¿Cómo fueron esos años allá?
La historia empezó en Santa Fe, mis viejos se conocieron allá, se casaron muy jóvenes por mí y en el lugar donde mi padre consiguió trabajo fue en Tierra del Fuego. Así comenzó mi historia. Y mis recuerdos con respecto a ese lugar se describen en el poema "Tierra del Fuego" (Barda, Buenos Aires Poetry, 2014). En ese lugar en la década del 80 no había nada, sólo el campamento de YPF y los pequeños barrios municipales que iban haciendo. Eran casas de madera muy finitas porque tenían que ser flexibles para el viento. Y la gente del lugar es como en la Patagonia, muy reservada. No fue fácil vivir allá. Mi padre trabajaba en el campo y mi madre nos crió a mi hermana y a mí de una manera muy sobre protectora. Yo a ese lugar no volví nunca más, pero ahora me gustaría volver. Pensá que mi madre se tuvo que volver en plena Guerra de Malvinas con mi hermana y yo y mi padre se quedó trabajando allá. La verdad que fue muy difícil para todos. Vivir allá para un niño significaba que no podías salir de tu casa. Si no estaba nevando, estaba lloviendo y sino había viento, y mucho. Siempre estaba gris, no había sol. Tanto es así que desde Nación llegaban vitaminas, que tenían hierro y eran horribles. Y así vivimos nuestra infancia, tomando suplementos vitamínicos. Los médicos pediatras les sugerían a los padres que si tenían familiares fuera de la isla, en algún lugar con sol, los mandaran a pasar el verano. Y nosotros teníamos esa condición, así que con mi hermana pasábamos el verano con nuestros abuelos en Santa Fe, separados de nuestros padres. Desde bebés, y desde diciembre hasta marzo. Y por eso se ve en Barda, la contraposición entre los poemas "Tierra del fuego" y "En constante retorno", que se remite a esos veranos en un lugar totalmente distinto, con mucho calor y a pleno sol. Eran los dos extremos. Imaginate que nosotras con mi hermana no conocíamos las moscas e íbamos a Santa Fe y nos espantábamos.
¿Ahí aparecen tus primeras lecturas, escrituras?
Un tiempo más tarde sí. En realidad empecé a escribir en papeles sueltos primero y en pequeñas libretitas después. En mi casa lo que sobraban era hojas cuadriculadas. Mi papá estudió ingeniería y todo estaba en esas hojas. Yo las odiaba porque al escribir no se veía bien o quedaba todo muy junto, pero escribía igual. Le escribía poemas al otoño y cosas así.
¿Cuál fue tu más importante maestro? ¿Qué aprendiste de él?
La verdad que fue muy solitario el camino. En mi casa había libros pero nadie me los daba para que los leyera, yo elegía mis propias lecturas. Más tarde fue mi abuela materna, ella es docente, que me empezó a dar libros. Y de chiquita mi madre me leía cuentos, me contaba historias. Estuve muy influenciada desde chica con los cuentos clásicos. Desde el principio lo que más me atrapó fue Federico García Lorca. Me encantaba la cadencia de la estructura del poema español. Estrofa, estribillo…la rima. Que yo la traté de limar con los años (la rima), pero me sale con mucha naturalidad. No es algo forzado pero no lo puedo evitar. Y a veces la busco inconscientemente. Y después me encontré leyendo mucha poesía en la época del secundario. Creo que en mi biblioteca tengo más libros de poesía y de teatro que de cualquier otra cosa. Más tarde empecé a estudiar alemán porque quería leer a los románticos alemanes. Después hay un libro que me encanta y que seguramente me influyó que es La vida es sueño de Calderón de la Barca y es poesía española, Quevedo, Góngora. En la Universidad quise hacer la especialización en Lenguas Clásicas, así que puede venir de ahí esa estructura.
Perteneciendo a otro lugar. ¿Te ayudó tomar distancia para poder escribir?
En realidad tiene un doble valor. No deja de ser terapéutico, catártico. Y por otro lado está esa búsqueda literaria constantemente. "Estarse vacía" es un poema que tuve que trabajar mucho. Era más extenso, decía más cosas y se había tornado en demasiado catártico. Entonces noté que perdía valor literario. Con las personas que lo compartía, todas me decían lo mismo, “A este poema hay que darle una vuelta de tuerca” y yo lo sentía, pero al mismo tiempo había algo dentro mío que no me lo permitía desde mi propia experiencia. Son esos dos versos del final (Con la barcaza se aleja / mi niñez de isla) en los que trabajé y no quería perderlos, condensan todo lo que quería expresar.
Al comienzo del libro (Barda) elegiste unos versos del poema Pródiga, de Irma Cuña. Volvía a la luz extensa del verano / y al viento circular de las esquinas. Tu poemario trata de eso ¿no? de volver a lugares por donde habías sido. Lugares y sensaciones, para vos esenciales.
Después de la universidad dejé de escribir durante un tiempo. Había conocido a muchos autores y también a mucho profesores. Y me pasó lo mismo en la Escuela de Bellas Artes. Ellos no forman escritores ni artistas, forman docentes o Licenciados en Bellas Artes o en Letras. Me pasó que leí y me nutrí mucho en esa época, pero al mismo tiempo me costó sacar lo mío. Me comparaba constantemente con otros autores. Empecé a trabajar y volví a escribir cuando me fui a vivir sola, cuando me independicé. Ahí encontré espacios. Sin embargo, tenía esto de no mostrar a nadie lo que escribía. Hasta que un día me lo tomé en serio, antes lo tomaba como un hobby. “Quiero ser escritora”, como cuando era chica y tenía esa decisión muy firme, yo tengo que hacer esto. Empecé a hacer terapia, me propuse tratar esto, resolverlo. Al poco tiempo de estar en Buenos Aires y de hacer análisis, creé un blog, “Hojas demoradas”, en el que subía lo que escribía y lo compartía en Facebook. Se me fueron abriendo puertas que nunca imaginé. Barda tiene poemas de todas las épocas. Yo necesitaba que este primer libro fuera una vuelta y un seguir adelante. Hay muchas cosas del pasado. Cosas que necesitaba cerrar para poder seguir. Es muy autorreferencial, pero para mí era necesario. De hecho, ahora estoy escribiendo poemas que no tienen casi nada que ver con Barda, se alejan totalmente de esa temática anclada en el pasado, en la infancia, en mis memorias por decirlo de alguna manera.
¿Qué fue lo mejor de escribir Barda?
Lo mejor fue reconciliarme con Aixa escritora. El libro empezó a tomar forma en el último verano. Y gracias a esa decisión puede estar Barda hoy acá. Pude tener el tiempo para pensar cada texto, seleccionarlos, corregirlos, volverlos a leer, corregirlos de nuevo. Yo no lo terminé hasta junio de este año. Y me encontré con alguien que es como yo, -Cecilia Perna- entonces me sirvió. Barda me ayudó a amigarme con esa parte de mí. Que esa parte existe, está y que es buena. Me acuerdo cuando vi los 29 poemas que iban a formar parte del libro. Y ahí dije algo que nunca dije acerca de mis textos: “Amo este libro”. No podía creer que me permitiera haberlo hecho. Es muy significativo porque viene de un largo camino de autoconocimiento y de auto aceptación.
¿Qué vinculación tiene la poesía en tu vida?
La poesía la siento muy cerca en todo lo que hago. Di clases hasta el 2010 y lo que más me gustaba era dar poesía. Y con la misma pasión se los trasmitía a mis alumnos y he tenido experiencias maravillosas con eso. Mi trabajo cotidiano de ahora no está relacionado con la poesía. Yo trabajo como correctora. Me especialicé en corrección médica y técnica. Quizás por eso en mi vida cotidiana me cuesta sentarme a escribir constantemente. Tengo períodos. Para mí tiene que ser algo rápido porque tengo que pasar enseguida a otra cosa. En mi caso, la mayoría de poemas que escribo surgen y se desarrollan como una cascada.
¿Qué aprendiste escribiendo poesía?
En primer lugar aprendí a respetar y a relacionarme con el tiempo. Aprendí a perdonarme muchas cosas. Aprendí a que para todo hay un lugar, una forma. Justamente sobre lo que trabaja la poesía es sobre la forma, el cómo. Y a mí eso todavía me cuesta aplicarlo a otras cosas, en la vida cotidiana. Tengo una personalidad muy impulsiva y el cómo me cuesta mucho, pero no en la poesía y por eso siento que es como mi otro yo, al que estuve callando durante mucho tiempo, pero que es igual de auténtico. Aprendí a que uno tiene que respetar lo que quiere decir y tiene que decirlo. Yo me ponía un montón de trabas al escribir. Era como no escucharme. Es un camino de autoconocimiento el que me ayudó a realizar la poesía, un camino que ninguna otra cosa, ninguna otra expresión artística me permitió recorrer. Eso es lo más importante. En todos los poemas de Barda puedo ver una parte de mi vida y está bien que así sea. Lo que más agradezco de haber vuelto a escribir poesía es haberme encontrado a mí misma en mis poemas.