ENTREVISTA A CRISTIAN TON
Por Pablo Milani
Cristian Ton nació en 1980 en la provincia de Mendoza. Es profesor de Letras, egresado de la Universidad Nacional de Cuyo. Vivó parte de su juventud en Francia. Tiene dos novelas publicadas. Papeles públicos (Editorial Turmalina, 2009) y su más reciente Discurso de la razón salvaje (Milena Caserola. 2014). Actualmente vive en Buenos Aires.
Ton: “Lo mejor que hay a la hora de escribir, es que puedo olvidarme de mí”
¿Te consideras un escritor?
A mí siempre me gustó escribir. Tal vez me siento escritor cuando estoy escribiendo. Cuando estoy frente a la computadora. Cuando estoy en ese momento que te estás desafiando a vos mismo. Cómo vas uniendo las ideas. No me siento metido en el ambiente literario. Lo más importante para mí es el momento de la lectura. Ese momento es muy valioso para mí. Paso muchísimo tiempo leyendo. Todo el tiempo libre que tengo lo uso para leer. Soy lector por naturaleza. Si no he leído no puedo escribir. Es como encenderme. No tengo tiempo para sentirme escritor. Me refiero a la figura pública de escritor. En lo íntimo sí me siento escritor. Estoy todo el tiempo pensando en lo que estoy escribiendo. Asociando todo lo que veo con lo que tengo en la cabeza. Dándoles vida a los personajes, ellos me acompañan. Y todo lo que ves, lees o te pasa lo relacionás.
Decís que siempre te gustó leer. ¿Qué lecturas te impactaron en aquel momento? ¿O qué autor te hizo seguir este camino?
Siempre leí desde muy chico, pero el que me partió la cabeza fue (Jorge Luis) Borges. Lo descubrí en la adolescencia y ahí se me abrió un nuevo universo. Fue alguien que me fue guiando en esos años. Después por amor a la literatura empecé a estudiar idiomas de chico, inglés y francés y son las literaturas que más me han marcado. Con la literatura en esos idiomas tengo un vínculo muy grande. Con Borges descubrí una nueva forma de leer y adentrarme en la literatura. Antes leía y era un escritor más ingenuo. Era un escritor que no vivía la literatura con la intensidad y el pensamiento con la que encontré en Borges. Después disfruto mucho de la literatura antigua. Y también la filosofía.
¿Cuál fue el puente de inspiración para tu primera novela?
Papeles públicos se escribió sola, se basó en muchas situaciones que había vivido. Estaba escribiendo y un día le día forma a eso que tenía y lo uní con una intención irónica o paródica. Y ahí me encontré con una historia, de una pareja que termina. Y una persona que no encuentra en su medio el espacio para sentirse un poco menso intrascendente. Creo que hay una intensa búsqueda en esa novela. A veces el entorno, lo externo es un obstáculo para el desarrollo personal. Y eso fue lo que quise representar en al novela. Con una voz muy irónica, con mucho encubrimiento, máscaras. Es una voz que se tapa de otra voz.
El epígrafe de Papeles públicos pertenece al Rey Lear, de Shakespeare. Un Rey que muere traicionado por su propia familia, en cambio Publio parece rechazar el amor incondicional de Mina. Siempre pedante, sin necesitar a nadie. ¿Ellos dos tienen algún tipo de similitud?
A mí lo que me interesa de esa tragedia (Rey Lear) es que se da como una oposición generacional. Entre los viejos y los jóvenes que vienen. Los viejos conservan esa idea de rectitud, del orden, de la honestidad y demás. Y después los jóvenes que vienen aparecen otra cosa. El individualismo, el egocentrismo. Esa mirada hacia uno mismo. En ese sentido me pareció que Publio podía tener algo de eso, un joven sin ternura hacia los demás, sin esa posibilidad de comprender al otro. Me interesó mucho la irreverencia. En el caso del Rey Lear aparecen las hijas, y también hay un juego ahí porque es joven y no es tierna. Pero después al final te das cuenta que Cordelia era pura ternura y el Rey no pudo ver eso. En Publio no se si hay al final una comunión con el mundo. Por lo pronto hay una falta de ternura. La falta de poder sentirse integrado. Es una gran insatisfacción, es una historia acerca de no poder realizarse dentro de un intenso vacío. La imposibilidad de trascender. Y eso se transforma en un círculo vicioso.
En tu novela Discurso de la razón salvaje, en el epígrafe, mencionás un fragmento de Informe para una Academia de Kafka. En este cuento él cuenta su experiencia de mono. Lo encierran y dice no tener salida. Pedro Vermilión también parece no tener salida, pero a diferencia del mono del cuento de Kafka, Vermilión parece que se busca su propia cárcel.
Me gusta esa idea que los dos estaban luchando contra la naturaleza simiesca y que el simio llevaba la peor parte. Algo sumamente irónico. Esa necesidad de integrarse y en el cuento de Kafka termina integrándose a una sociedad, acá no. Ese intento de que querer integrarse, contactarse, encontrar el sentido y ahí el personaje de la novela cae en la frustración. De pasos en falso. Por eso me interesó mucho poner ese extracto del cuento de Kafka en el epígrafe. En el ser humano hay una naturaleza salvaje. Hay algo que está más allá del control que hace la sociedad, que más allá de los valores, del contexto, de la enseñanza que recibís, del lugar.
Y ahí entra la civilización/barbarie. ¿Cuál es la naturaleza simiesca de cada uno? ¿Podemos luchar contra eso? Entonces ahí esta la lucha de Pedro Vermilión contra su propia naturaleza simiesca que termina en el fracaso absoluto. Termina siendo estado natural. Acá hay una mirada racional, pero también está el juego de la otra voz. Una voz racional, lógica, fría. Y ahí es cuando entra la ironía, una vez más. En todo caso el único que se salva es aquel que tiene como arma el cinismo. Desvalorizar al otro. El único que se salva es ese discurso racional.
Ambas novelas tiene un denominador común. Tienen como protagonistas a seres marginados frente a una sociedad que siempre les molesta. ¿A qué lo atribuís? ¿Con qué tiene que ver?
Hay algo que te mueve a decir cosas y a veces surge como una especie de contradicción que no te terminan de cerrar del todo. De ver ciertas cosas que le hacen mal a la comunidad en que vivís. Y ya en ese estado, eso me impulsa a escribir. Cuando estoy escribiendo novelas siento que tengo esa necesidad de quejarme, de criticar, de escupir. Y ahí me interesa ver el consumismo, la vanidad, la crueldad, la falta de solidaridad. Tenés uno que se está muriendo al lado y seguís caminando.
Creo que tus dos novelas tiene un tinte de una película de cine. Con una acción que no decae, muy marcada. ¿Cómo es tu relación con la escritura y las imágenes?
Me interesa mucho el manejo de la acción y la tensión. Ir controlando esa idea de tensión hasta el clímax. Y la velocidad. Creo que son dos novelas veloces. Es una sucesión de hechos muy rápida. Cinematográfica sí. Eso está hecho a propósito. Hay una idea que sea dinámico. Que el lector no se duerma. A mí me gusta ese estilo de novela. Una novela con ritmo acelerado. Y también creo que se puede relacionar con mi forma de escritura. Con mí método de escritura. La verdad es que me encantaría tener mucho más tiempo para escribir, pero no es tanto. Y cuando me siento quiero poder escribir todas las ideas que tengo en ese momento. Es esa la forma que tengo de escribir, a las apuradas. Y después viene el proceso de la corrección. Y cuando veo lo que escribí, tengo la sensación de que quedo algo muy ágil, muy dinámico. Que haya una vuelta de tuerca. Un giro más al pensamiento, una reflexión más sobre eso. Después el ritmo hay que mantenerlo, esa tensión y ver cómo se resuelve.
¿Cómo se hace para sostener esa tensión en el transcurso de escritura de una novela?
Tenes que olvidarte de vos. Lo mejor que hay a la hora de sentarme a escribir es que me puedo olvidar de mí. Puedo adoptar la voz de quien quiera. En la literatura podes decir lo que vos quieras. Podes escribir cosas políticamente incorrectas. Podes experimentar con el lenguaje. La libertad que me da la escritura no la tengo en ningún otro lugar. Meterme en la voz de un personaje racista, machista, fóbico. La literatura te da esa posibilidad. Desde la ficción estás creando esa realidad y dejas de ser vos. Esa libertad me genera satisfacción. Es un juego. Estás jugando a ser otro. A ver hasta qué punto puedo llegar a meterme en el ser de otro. El escritor tiene que ser otro. Hablar de uno mismo es imposible. Si quiero hablar de mí, estaría haciendo una impostura.
¿Hay relación entre escribir y enseñar?
Son roles muy distintos. Hay un poco de todo. Lo bueno de escribir es que disfruto mucho la ironía. La parodia, lo jocoso, lo burlesco, invertir las cosas. Hay un juego por ese lado. Busco la comedia, la sátira. Busco divertir al otro, entretenerlo y hacerlo pasar un buen momento. Y mi papel de profesor me divierto mucho, soy muy irónico. Me gusta generar un buen clima de pensamiento en el aula pero no soy un payaso. Y a veces en mi escritura sí soy un payaso. Me gusta sentirme payaso en mi escritura y en el ámbito de la enseñanza hay una cuestión de formalidad, de seriedad, de cuidar ciertas formas. Mi lugar de profesor es más solemne.
¿Qué crees que debería aportar un escritor a la sociedad?
No creo que la literatura tenga una función social de cambiar el mundo. La literatura sirve para entretener. Disfruto de aquella literatura que me haga reflexionar. Que esté cargada de cuestionamientos filosóficos. La literatura que provoca. Me encantaría que mi literatura sirviera para eso. Y al tal vez que sea algo que se disfrute. Pero más que eso no creo que pueda tener una función. A lo sumo sirve para cambiarte la cabeza a vos cuando lees un buen libro. Y eso ya es mucho pedirle a un libro. El escritor se dirige al lector y ahí se genera un puente que a veces pasa algo muy fuerte y eso es fascinante. A mí me interesa lo estético. Y me encanta compartirlo con alguien. Después para lo social hay otra gente que se ocupa de eso