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ESCENA III: MONÓLOGO DE RUSALKA

 

 

 

 

Empezamos mal, lo sé. En parte siento la responsabilidad y por eso te escribo. Sé que mensaje de facebook es algo distante pero nunca me agendé tu celular. Ni idea dónde puede ser que lo tenga guardado, o siquiera si me lo diste. Tratá de no focalizar en las formas y de poder encontrar un gesto conciliador de mi parte. Quizás no recuerdes todo lo que pasó aquella noche en tu casa del campo mientras festejábamos el cumpleaños de Anna, ya que estabas bastante pasado de todo. Fue una fiesta, la mesa estaba llena de cajas con empanadas. Las había comprado tu madre que, cuando apareció, me sorprendió por su juventud y belleza. Voy a decirlo, la vi muy parecida a mí, en los rulos, en los ojos, en el porte. Esto podría haber pasado desapercibido si no fuera porque después me comentaste que te puso “Mavorte” por su amor a las mitologías griega, romana, eslava, y otras.

 

Vos quizás pensás que soy una persona fría e insensible. Pero no es así. Debo confesar que estaba muy nerviosa antes de llegar a tu casa del campo. Sabía que íbamos a conocernos porque Anna me lo había anticipado, igual que a vos, supongo. Ella me había advertido, entre otras cosas: “te vas a dar cuenta si quiere o no algo con vos. Si le gustás, te va a dar un beso en el cuello, casi en la nuca, y te va a poner la mano en la cadera para tantear qué tipo de ropa interior tenés. Si no le interesás, ni te va a tocar, así que tranquila que apenas lleguemos ya vas a saber cómo viene la mano.” Me pregunto si te habrá dicho algo similar al respecto pero de mi parte.

 

Pusiste una mano de cada lado de mi cadera y me besaste húmedo atrás de las orejas, ahí donde la temperatura del cuerpo es más que tibia. Anna me sonrió, me guiñó el ojo y nos dejó solos.

 

– ¿Cómo te llamás? – me preguntaste.

– Olga.

– A verte, Olga. Cara de morbosa. Sí, ¿a verte? Uy, tenés una cara de morbosa vos…

 

Yo sonreí y nos quedamos conversando un par de horas. Hablamos de pavadas. No paraste de tocarme el pelo y masajearme el cuero cabelludo, dijiste que mi pelo olía bien, que era hermoso que lo tuviera seco y perfumado. Apoyaste la nariz sobre mi cuello tomándome por la nuca con ambas manos. Todavía no nos habíamos besado y ya teníamos la respiración entrecortada.  Al rato, te alejaste diciendo que ibas al baño y me pediste que te esperara. Miré alrededor. La fiesta era horrible. Estaban todos excitados, alterados, pasados de alcohol. Saliste del baño y vi que en vez de volver a mí comenzaste a deambular por entre el bullicio que se iba acrecentando con el tiempo. Luego te acercaste, me agarraste de la mano y me paseaste por toda la casa. Buscabas un lugar donde pudiéramos estar solos, lo cual parecía imposible de lograr. Me cansó un poco esto del tironeo por entre la gente y me solté. Por favor… ¡Qué insoportables! Me hubiera ido si no fuera porque era de madrugada y no me gustaba la idea de volverme sola tan tarde desde el campo.

 

Me tiré en un sillón que estaba al lado del ventanal, al menos hacia el vidrio solo se veía el reflejo de quienes estaban allí. Al rato viniste y te sentaste al lado. Me di cuenta enseguida que no venías a seducirme sino que estabas cansado, agotado de tanto escándalo. Te abracé tipo cucharita y te puse una pierna por encima. Pedí disculpas porque estaba tapándote la visión a la tele con la pierna y la saqué. La agarraste y, con cierto enojo, pusiste de nuevo mi pierna en donde estaba. También agarraste mi mano y la alojaste en el interior de tu bragueta. Envolví tus huevos con mi palma y les hice caricias con el pulgar. Tu pene estaba escondido, hacia dentro. Atiné a estirar el índice y el anular para tocarlo; pero en cuanto lo rocé creció muy de golpe. Eyaculaste al segundo. Me sentí avergonzada por lo que había hecho, como si hubiera abusado de vos, pero cerraste los ojos y te quedaste así, sin decir nada, acariciándome la mano que sostenía tu miembro y jugo.

 

A decir verdad, me había quedado un poco excitada y creo que te diste cuenta de ello, por lo que te levantaste y, de nuevo arrastrándome, me llevaste hasta un dormitorio. Estaba cerrado con llave pero vos tiraste la puerta abajo. Me sacaste la ropa interior por debajo de la pollera y me levantaste a caballito encastrándome en tu cuerpo con facilidad. Me recostaste y sentí los huesos de tu cadera clavándose en mi vientre.

 

¿Podés creerlo? Apareció una persona en el dormitorio; quería que le abrieras la puerta para irse. No entendí por qué, pero luego de este, apareció otro, después un grupo entero se metió, y de pronto todo el tumulto de gente estaba dentro del dormitorio. Ya era el colmo. Te enojaste y, a pura ira, los rajaste a todos a la mierda, con esa autoridad tan sensual que tenés cuando te enojás o estás de mal humor.

 

Me coloqué al lado de la puerta y saludé a la gente que se iba del dormitorio, todos ellos aún exaltados por la fiesta. Los despedía con amor y simpatía, compensando tu incordial modo de decirles que se fueran pero sin desautorizarte, por lo contrario, reafirmando tu postura. Algunos me dejaron las flores que se habían agarrado de los centros de mesa, otros se acercaron a saludarme con un beso en la mejilla.

 

Todos se fueron y yo me quedé, ahí, en tu casa del campo. Me lo pediste, yo iba a irme con Anna. Me puse a ordenar las empanadas que estaban todas mezcladas arriba de la mesa. Agarré una bolsa de la cocina y junté todas las servilletas sucias, vacié los ceniceros, incluso barrí.

 

Una vez vacío de bullicio, todo siguió su curso. Lo que más recuerdo son aquellas contradictorias sensaciones, cálidas y frías, suaves y rugosas; placenteras y dolorosas. Todavía tengo clavada en la mente la fuerza de tus manos agarrándome la cabeza y apoyándote con fuerza contra mi frente como si me sintieras el cerebro, la imagen de tus ojos queriendo verme acabar, los músculos tensos del pubis sacándole el molde a latidos a tu sexo, mis dedos clavados en tu cuero cabelludo, tu mandíbula caída de gemir, y el orgasmo con el que nos dormimos.

 

Lo que siguió fue horrible, y voy a proceder a pedirte disculpas por todo eso: lamento que nos hayamos puteado tanto en la cama, lamento que hayamos estado tan borrachos, lamento haberme vestido e ido en medio del acto matinal, lamento no ser la clase de persona que vaya a aceptar o a reír con tu ácido discurso, lamento que te sientas discriminado.

 

Sí, me di cuenta, pero no es así. No me importa que seas un zombi. No me importa eso para nada. Por eso te escribo. Quiero que sepas que no se lo dije a Anna ni a nadie. No sé qué fue lo que pasó. Quizás fue mucho. Para mí, conocerte fue difícil e intuyo que para vos también. Pero no me lo guardo. Te escribo y te lo cuento. Lo comparto. En mi caso creo que la dificultad viene de andar reconectando con el pasado. Algunas cuestiones de infancia, de infancia lejana. Estoy deambulando en terrenos subterráneos, casi acuáticos. Por eso es que me cuesta tanto la superficie. Sin embargo, me arreglo bastante bien en lo cotidiano. Sigo emprendiendo nuevos proyectos y retomando otros. Incluso lidiando con personal a mi cargo. El liderazgo es algo que no busco pero se me impone en cuanto ámbito transito. A los dieciocho tenía a mi cargo tres empleados. No sé por qué me asusta ahora, a los veinticinco, tener equipos de a doce. Todavía sigo complicada de deudas, los pagos del freelanceo tardan en llegar. Me sostengo, con pavadas que surgen. Sí, como puedo me sostengo. Elimino la mitad de mi cv para conseguir laburos golondrina.

 

En medio de todo esto duermo con tu abrigo, ese sweater que me obligaste a llevarme cuando estaba por irme ofendida de tu casa, uno tipo norteño, color marrón dulce de leche, con capucha. Después de un día apaleador me lo llevo a la cama. Lo abrazo, lo aplasto entre las tetas y lo huelo. Sí, fue mucha intensidad. Para mí  también fue así. Es difícil encontrarse con alguien que despierta estas cosas en uno. No te voy a negar que tu miembro esextrañable. y extrañador. Sin embargo, es el goce intelectual  que me provoca escucharte lo  que me llevó a escribirte, como si fueras una obra de arte conceptual. Encontrar un interlocutor en lo sexual y en lo intelectual me asustó y me puso estúpida. Igual que a vos. Pero lo agradezco, fue motivante. Así, de prepo, siento cuales son los lugares en los que tengo que estar y las cosas que tengo que hacer. Llegaste a mi vida así, de imprevisto, como un sopapo. Lo más interesante es que no viniste a rescatarme. Más que un Salvador, sos un Hermes, un mensajero. Un hermes ermitaño, como la que te escribe. Con estas cosas, le dan ganas a uno de creer en el destino. De saberse predestinado. De encontrar o elegir entre las posibles una única causa y entregarse a ella. Conocer la razón de la vida, la razón de mi vida. Entonces se empieza a buscar todo tipo de señales, para autoconstruir la propia tragedia. Unas tantas para creerse una heroína. Y vos, Hermes, ahí, entre los dioses y los mortales. Sí, ahí, en el medio. Cacheteándome con tu existencia. De modo que me deje de joder y me ponga en mi lugar, si es que existe tal cosa. Hasta aquí llegué. Estoy cansada e inspirada pero quiero aprovecharlo para ponerme a trabajar. Espero que tu castigo de silencio termine pronto. Mientras tanto, no me extrañes. Seguí con tu camino y tu tragedia, yo sigo con la mía. Vaya uno a saber cual sea mi rol en tu periplo.

 

Si tus amantes no te ocupan toda la semana, te invito a cenar a mi casa. Intentemos un nuevo encuentro, y para eso quiero decirte que me encantó la forma en la que me besaste, a pesar de la frialdad de tu cuerpo. Mañana a la noche, a las diez. Yo cocino. Podes traer un vino. Y forros. No me hace falta respuesta. Voy a cocinar de todas maneras.

 

 

Compartimos un capítulo de la novela No se dice Mamushka de Karina Wainschenker.

 

 

Karina Wainschenker  (Buenos Aires, 1985) cursó la carrera de Artes Combinadas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). También se formó en actuación, danza, y dirección teatral. Realizó talleres de literatura, escritura, guión y dramaturgia. Actualmente se desempeña como docente e investigadora en las áreas de teatro, escritura y tecnologías. Presentó trabajos en congresos científicos. Edita en la publicación académica Revista Afuera. Dirigió y estrenó dos obras de teatro y colabora en diversos medios digitales de crítica cultural. No se dice Mamushka es su primera novela.

 

 

Fragmentos
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