RODOLFO WALSH Y EL ARTE DE ESCRIBIR
Por Victoria Mora*
“Siempre he llevado mi escritura conmigo donde quiera que haya ido”
Marguerite Duras, Escribir
¿Qué nos lleva a seguir leyendo a Walsh? Es una pregunta que persiste y que como todo enigma podrá tener distintas respuestas. Los enigmas, de los que tanto gustaba el escritor, existen para abrir puertas, para pensar posibilidades, para recorrer caminos de la palabra.
Sartre dijo que un escritor no lo es por las cosas que ha elegido decir, sino por la forma en que se digan. Frase que apunta a la poética o a la narrativa que posee un autor. Desde ya que la marca de la singularidad de un autor puede rastrearse en el modo estructural en el que escribe, sin embargo, me pregunto si el contenido no termina siendo esencial, al punto de determinar al escritor también en su definición.
Una respuesta posible a la pregunta sobre la vigencia de la palabra de Rodolfo Walsh puede encontrarse en su modo de escritura. Eduardo Jozami en la biografía del escritor[1] la define como una poética de la denuncia. ¿Sería lo mismo si Walsh hubiese escrito sobre otros temas? Me atrevo a responder que no. Walsh es quién es también por las cosas que eligió decir, más allá de haberlos dicho muy bien.
La escritura de Walsh incluye cuentos, obras de no ficción, cartas, diarios y dramaturgia. Es una vasta obra que guarda una lógica de prosa y contenido que no puede negarse, aunque al propio escritor le haya costado tanto asumirlo. Durante largo tiempo estuvo atravesado por la disyuntiva entre la militancia, la acción y la escritura. Escribe en sus diarios en Diciembre de 1968[2]:
"Duermo hasta doce horas por día, consumo diarios y revistas en cantidades infinitas, etc. Incluso leo demasiados libros. Escribo menos de media página por día. Estoy cansado y derrotado, debo recuperar una cierta alegría, llegar a sentir que mi libro también sirve, romper la disociación que en todos nosotros están produciendo las ideas revolucionarias, el desgarramiento, la perplejidad entre la acción y el pensamiento. (…) La política se ha reimplantado violentamente en mi vida. Pero eso destruye en gran parte mi proyecto anterior, el ascético gozo de la creación literaria aislada."
Así quedaba planteada una diferencia entre la escritura ligada a la militancia, que venía de la mano del periodismo, y como si se tratase de una escritura distinta, la literatura. Sin embargo, en una entrevista a la revista Siete días [3] un año después declara:
"Durante años he vivido ese vaivén entre el periodismo y la literatura, y creo que se alimentan y realimentan mutuamente: para mí son vasos comunicantes."
La hipótesis de Jozami, con la que acuerdo, plantea que la diferencia entre un género y otro en Walsh radica en el objetivo para el que el texto fue escrito, no en su modo de escribir. La denuncia (que también puede estar presente en los cuentos, aunque de manera velada) toma otra fuerza y tiene otra llegada en la sociedad cuando se escribe como no ficción. Así Operación Masacre, Caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo? fueron escritos como periodismo testimonial porque Walsh apostaba a que funcionaran como elementos para la justicia y para la memoria de las víctimas, pero principalmente como herramienta de denuncia. Tristemente la realidad le demuestra que esto no se cumple. Sin embargo, la perdurabilidad de sus efectos es un logro que Walsh no podría vislumbrar entonces. Hoy, a más de treinta y cinco años de su muerte, toda su obra puede ser leída teniendo en cuenta a la palabra y sus efectos de denuncia y de permanencia. Efectos que una sociedad necesita para no caer en la repetición. Ya lo escribe Walsh en el prólogo a Operación Masacre: escribir para que no se repita.
Para eso se requiere de un escritor que ponga el cuerpo en un compromiso pulsional. Quizás la definición de Sartre podría completarse o reformularse si incluyéramos al cuerpo, algo así como que escritor es quién escribe poniendo, también, el cuerpo.
Marguerite Duras lo dice en su libro Escribir[4]: “no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que lo que se escribe.” Rodolfo Walsh puso cuerpo en su escritura desde la palabra inaugural de su primer cuento policial, hasta la última de la Carta abierta a la Junta militar. Hay un poner el cuerpo en la experiencia de la escritura: un escritor jugándose por lo que escribe, yendo al lugar donde ocurrieron los hechos que quiere narrar, e incluso llegando a cambiar de domicilio e identidad. Una forma extrema de poner el ser en relación a aquello que lo motiva a escribir.
Pero también hay un cuerpo pulsional que se pone en juego al momento de sentarse a la máquina de escribir y comenzar a tipear. Aunque no sea del mismo modo, el compromiso del cuerpo se requiere en ambos casos, tanto para ocupar el rol de un investigador en movimiento, como para ser un autor escribiendo cuentos policiales o cuentos sobre recuerdos de infancia o que toquen a la novela familiar; incluso toda la serie de cuentos que Walsh escribió y que bordean de manera tan inquietante lo ominoso.
En una entrevista Saer habla sobre el escritor y el cuerpo, cita que es retomada por Flor Codagnone en el libro Literatura ∞ Psicoanálisis: el signo de lo irrepetible[5]. Allí el escritor santafesino dice:
..."todo el cuerpo interviene en el acto de la escritura, el cuerpo material, macizo, sentado en la silla, sin cesar en movimiento y acompañado por sus latidos, sus estremecimientos, sus sobresaltos, al trabajo de escritura. (…) Al mismo tiempo, un cuerpo imaginario, inerte, interno, enturbia continuamente a las imágenes que la escritura trata de dar forma; muchos cuerpos, fragmentarios, fugaces, se presentan a la conciencia, a la memoria o a la imaginación, sin haber obedecido a ningún llamado y como aparecieron desaparecen. La escritura, en el sentido grafológico, perfectamente individualizado, lleva las marcas del cuerpo que la ha sembrado en la página. Y ese cuerpo, cuyos innumerables signos pueden seguirse en los trazos de lo escrito, se deposita poco a poco, a lo largo de los años, en la obra que es, según la vieja denominación latina, también ella, un corpus. Escribir es, así, una especie de traslado en que lo vivido pasa, a través del tiempo, de un cuerpo al otro."
Volviendo a Duras en su ya citado libro Escribir ella dice:
"Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación. Qué desesperación, no sé su nombre. Escribir junto a lo que precede al escrito es siempre estropearlo. Y sin embargo hay que aceptarlo: estropear el fallo es volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro."
Entiendo lo que ella llama “ese mismo libro” como la entidad que posee la totalidad de una obra: aunque el escritor escriba distintas cosas siempre es el mismo libro reescrito, el libro que responde al inconsciente de ese sujeto que escribe.
Cuando un escritor escribe revela quién es y lo que ha vivido, lo que ha marcado su existencia. No me refiero a la constatación o el rastreo de lo efectivamente ocurrido o el dato biográfico que pueda leerse en la letra de un escritor. Más bien, lo que queda revelado es la singularidad propia del autor ligada a una ética, una poética y un compromiso con la palabra escrita que es irrepetible. El oficio de escribir se encarna en un cuerpo que hace de la marca de su singularidad una narrativa propia, una voz propia.
Rodolfo Walsh como trabajador de la palabra escrita, posee una marca de identidad que se encuentra presente en toda su obra, es decir, es su propio modo de habitar el lenguaje: la marca del misterio y el enigma, la violencia, lo testimonial, las voces de los protagonistas en su singularidad máxima, atender a ese detalle que hace a la marca de identidad de quién habla, y que debe ser escuchado si se quiere contar su historia, el uso de distintos registros discursivos como resultado de la sociedad que los produce, la memoria, su escritura siempre contra el olvido.
Walsh poseía una poética propia que los verdugos de la última dictadura militar estaban decididos a acallar. Su muerte fue el castigo por lo que Walsh había escrito desde que su pluma empezó a rodar. No se le perdonó que pusiera en primer plano las voces de las víctimas que el poder dictatorial había querido aniquilar: la del obrero subversivo, la del luchador guerrillero. Las patotas de la ESMA lo asesinaron por lo que escribió pero apuesto a que también lo hicieron por lo que podría haber escrito después de la Carta Abierta a la Junta Militar, que sería el epílogo a su vida. ¿Qué hubiese escrito Walsh de no haber sido asesinado y desaparecido? No hay ninguna certeza, aunque quiero imaginar respuestas: hubiese dado lugar a las voces de las víctimas, de los sobrevivientes, de los familiares de los desaparecidos, hubiese escrito un testimonio de época que hubiese trascendido más que cualquier documento histórico, hubiese, quizás, escrito cuentos, como aquel que su compañera Lilia recuerda, que fue parte de los papeles secuestrados de su última morada de San Vicente, el cuento “Juan se iba por el río”.
Sin dudas, hubiese escrito mucho más de lo que puedo imaginar. No tenemos esos textos pero están todos los que el autor sí escribió. Desaparecer un cuerpo no alcanzó para borrar una existencia. Walsh vive en cada una de las palabras que dejó, en el recuerdo y el testimonio de quienes lo conocieron. Nada puede frenar una escritura tan potente como un viento que no cesa de soplar. Como dice Marguerite Duras: “la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada excepto eso, la vida”.
La vida retratada y escrita por Rodolfo Walsh permanece, como una tinta indeleble que ningún poder borrará jamás.
[1] Jozami, Eduardo, Rodolfo Walsh. La palabra y la acción, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma–Página 12, 2011.
[2] Walsh, Rodolfo, Ese hombre y otros papeles personales, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2010.
[3] Walsh, Rodolfo, Cuentos completos, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 2014.
[4] Duras, Marguerite, Escribir, Barcelona, Tusquets, 2010.
[5] Codagnone, Flor, Cerruti, Nicolás, Literatura ∞ Psicoanálisis: el signo de lo irrepetible, Buenos Aires, Letra Viva, 2013.
(*)Victoria Mora nació en Buenos Aires en 1979. Es psicoanalista, docente y escritora. Ha publicado en distintos medios trabajos entrecruzando psicoanálisis y literatura. Algunos de sus cuentos fueron publicados en distintas antologías así como en medios digitales. Participó de los talleres de Laura Galarza, Elsa Osorio y Claudia Piñeiro, actualmente corrige sus textos con Alejandra Laurencich. Este año publicó su primer libro de cuentos Un mundo oscuro por la editorial Llantodemudo.