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Poesía

POESÍA DE SERGIO FRUGONI

 

 

 

 

 

Selección inédita de (infancia) SAMURAI

 

 

 

    

     1. Samurai

 

 

“No hay caso” dice Francisquito.

En la explanada que guarnece

las vías

elevamos un fútil promontorio,

magnífica torre de babel infantil.

“Esta tierra no sirve –dice Toto-

tiene mucha arena”.

 

 

O el tipo que tallaba

ínfimos samurais feroces

en fosforitos,

para matar el tiempo.

 

Me gustaría saber que fue

de esos minúsculos japoneses de barrio,

inservibles faros oscuros contra lo oscuro,

origami tipográfico, ojo de caracol,

líneas en el aire

del humo de los “Fragata”.

 

La infancia samurai en pie de guerra

nos rodea

con su silencio intratable

y la foto de comunión

¿con qué?

 

 

 

     

     2. Un souvenir

 

 

En medio del paredón de corlok

la luna catalejo otea el patio trasero

de la comadre,

roza

la libélula

el piringundín

mental.

¿A dónde va la comadre

a dónde va que se pierde

en el hueco silencioso?

 

Lívida de muerte ya no escribe

poemas ridículos

para su gato “Orco”

pero abre la boca como loca

y muestra la glotis

marcada

por el desenfreno sexual.

 

La comadre tiene un secreto.

 

¡Voilà! Baila el castor aterido

bamboleando el conspicuo hocico

de la comadreja

y tras las rejas la comadre recula:

“¡Ea! Solo quiero llevarme un souvenir”

una perla, una joya nimia,

un minúsculo florecimiento

de sentido.

 

 

 

     

     3. El Pez

 

 

Un pez oscuro opaco

y cocainómano

un pez rabioso insular

un pez de mar

o de río un pez

que muere

eh a la deriva

va

célebres vientos lo empujan

por la nocturna esfera blanca

de las sábanas.

 

Si me atravieso en su camino

opacado por la oscuridad

el pez

esgrime su enigmático argumento:

soy yo o no

soy yo

el que le escucha decir

en la mesa del cafecito

me espera

él yo

imperturbable

como una grulla asiática

cruzando el mar.

 

La luz es como un teatro

de figuras

en el vitral

la noche se parece a los

ojos del pez

mirándome

mirándolo.

 

En el reflejo

nocturno del patio

la vida se pliega

haciendo formas

instantáneas,

fugaces,

un murmullo

como de manos

agitando plumas o

pañuelos.

 

Y luego,

o antes,

el vapor de la sopa humeante

de cuando éramos chicos,

y los cabellos de ángel

enredados en la cuchara,

que revuelve y forma

instantáneas volutas

fugaces

aros de vapor

liviano desapareciendo

en el aire,

como ojos de pez

en la noche.

 

 

 

    

     4. I.

 

 

El roce del satén

sobre la mano

invierte el roce

de la mano sobre el

satén

como un espejo

que se invierte

a si mismo.

 

Y nada más.

Nada.

 

La ocultadora, en cambio

(así son las cosas)

enemiga

del roce

ínfimo

inf(l)amante

no permite esos

trámites superfluos

con el mundo

y sus alrededores

dormidos despiertos

como un

mar silencioso.

 

    

     

 

     II.

 

 

La mirada del cienpiés rojo

nos enseña las virtudes

de la discreción.

 

¿Cuál es el arte

de dar suaves circunloquios violentos?

O, lo que es igual:

el anodino ritual

de dar leves saltitos

erráticos

como el samurai silencioso

del grabado.

 

En el rictus furioso de la cara

el guerrero japonés

japoniza

su mínima porción del mundo. 

 

 

 

    

     5. Atrás

 

 

Alocada,

arropa la reventada,

en el regazo de un féretro colorido,

el adornito

que tanto le gustaba

a papá:

el elefante blanco de cerámica

o la máscara feroz del indio

tallada en un pedazo

de madera quemada

(pura ceniza del pasado).

 

Liba el cerúleo abejorro

la fontanella esa

y gira

cómo gira.

 

Y todo en el

 reverso

de un mundo de objetos

 

dispersos        en        el         aire

 

como una filigrana

rosada

apenas

baila el cienpiés en

el zaguán del coco:

 

un esperpento de la memoria.

 

 

 

     

     6. Breve poema enciclopédico

 

 

Antes de despedirse del mundo,

Kung-fu-tzu,

célebre chino sabihondo,

dictaminó:

“el fénix no ha llegado

el río no hace llegar el dibujo

ya no hay nada más que hacer”

tras lo cual expiró

envuelto en un traje finísimo

lleno de dragones y geishas.

 

¡Loas al iluminado oriental!

 

 

 

    

     7. Soup Soup

 

 

La sopa de cabellos

de ángel

en el plato despide

pequeños torbellinos

de vapor translúcido.

Empapada la sopa humeante

silenciosa y secreta

se abandona al juego de

sus mil vaporcillos mil

extractos 

jugos efímeros

de los mil millonésimos

cabellos de ángel

dispersos

en el fondo vaporoso del plato.

 

Mientras tanto,

la manito mueve y mueve

la cuchara

igual que lo haría un diestro

esgrimista desbocado,

si quieren

parecido a Don Diego de

la Vega,

pero cuando era el bravo Zorro

en blanco y negro

 

zac     zac       zac

 

Un ademán gracioso y sutil

y la zeta en la pared:

tres cabellos de ángel

desparramados

sobre la pantalla del televisor

(¡Touché! hubiera dicho D’Artagnan

para marcar la diferencia,

después de todo era francés

como Jacques Cousteau)

Pero la zeta permanece,

las tres líneas mínimas delgadas

casi invisibles

de la marca

en la pantalla blanco y negro

de la imagen,

como una vieja foto descolorida

 

por el tiempo

 

por el tiempo.

 

Ahí está la zeta del Zorro,

no de Diego

o de Diego cuando era el Zorro

o del Zorro cuando no era Diego aunque

a esta altura a quién le importa

 

¿a quién? ¿a quién?

 

si la marca está ahí sobre

la pantalla

detrás de las volutas

humeantes de vapor

angelical.

 

 

 

    

     8. Escenas frente al mar

 

Con la mirada perdida rota

la ola el surfista

de la inmensidad azul.

 

 

 

 

Sergio Frugoni vive en Buenos Aires, ha publicado poesías y relatos sueltos y el poemario El otoño de las vísperas. Incursiona también en la enseñanza de la literatura, tema sobre el que ha publicado artículos y el libro Imaginación y escritura (Libros del Zorzal, 2011). En twitter es @doscomacinco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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