RESEÑA DE MARAÑA
Por Daniel Gigena
Maraña
Natalia Massei
Baltasara Editora
180 páginas
“Las historias están todas contadas, la diferencia reside en los colores, las texturas, la luz y la sombra, los puntos y las comas, la cadencia, el maquillaje.” En Maraña, el cuento que da nombre al primer libro de Natalia Massei (Rosario, 1979), y donde hay una sección titulada así, no sólo en referencia a la forma intrincada de las relaciones personales sino también a la red madrileña del subte, la voz narrativa (a la que el lector puede identificar con la voz de la autora, en parte gracias a otros tres relatos donde reaparecen personajes familiares) explicita parte de la estrategia textual que asume. Trabajar el discurso más que las historias, sin que estas pierdan peso, especificidad, contorno propio.
Esas historias, capturadas del flujo de la vida cotidiana, presentan a personajes comunes en situaciones poco ordinarias. En “Variaciones mínimas” –otro título-emblema del volumen, que describe el procedimiento verbal elegido– un ama de casa se lleva una fortuna de un supermercado y, según las leyes del consumo ilimitado, renueva su mobiliario; en “Una mamá linda y buena”, dos hermanos que cobran una asignación estatal padecen la furia de quienes (todavía) no la necesitan; en “Hundido”, un empleado bancario se distrae de “la textura áspera del tiempo” con ensoñaciones románticas poco probables. Massei, como Albert, el haitiano que aparece en el hermoso cuento “Caja negra”, amplía la perspectiva que se puede alcanzar, en una mirada rápida, sobre esos materiales narrativos. Situados en un presente que condensa algunas variables temáticas como la alienación, el desprecio a los débiles, las redes de los débiles para soportar ese desprecio, las formas curiosas que la dignidad y el amor adoptan, varios cuentos de Maraña trabajan con las reminiscencias como si fueran partes de un plano con el que orientarse en territorio desconocido, en el que se habla y se escribe en otra lengua (para muchos protagonistas de estos relatos, la lengua de los otros es una de las materias más duras). En ese territorio, que a veces tiene la forma de una ciudad extranjera o de un pueblo de costumbres puritanas donde dos amantes deben citarse a la hora de la siesta, se ensayan otras maneras de querer, tanto en el sentido de anhelar como en el de amar (como la madre y esposa de “El ruido de la carcoma”, casi un cuento de terror).
“Uno percibe cuando algo cambia. Algo se rompe. Hay cosas que no tienen muchos modos de ser dichas. Para mí suena cursi decir algo se rompe, así hablan en las novelas de la televisión, en las comedias de amor. Es así el amor, digo yo. Algo por dentro.” De adentro hacia fuera, con una especie de distancia vulnerable respecto de las palabras y de los hechos que se cuentan, los narradores (muchos son, en verdad, narradoras) de los cuentos de Natalia Massei fuerzan el lenguaje para describir el momento imperceptible en que algo cambia, se rompe o, simplemente, sigue.