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RESCATE IMPOSIBLE

 

 

 

 

 

Por Guillermo Tangelson

 

 

                                                          Distancia de rescate

                                                          Samanta Schweblin

                                                          Penguin Random House 2014

                                                          124 páginas

 

 

A Samanta la admiro como escritora y es una de mis amigas más queridas, me ha salvado de mis días oscuros y por lo tanto tengo con ella una deuda de vida, sin embargo tengo que decir esto: Samanta Schweblin es una escritora cruel. Lo que hizo con Distancia de rescate, no se le hace a la gente: te clava una uña en el ojo desde la primera página y se ensaña con vos hasta la última palabra. Hacía mucho tiempo que no sufría tanto como lector. Éste sufrimiento tiene una explicación desde la estructura del relato que es guiado por dos narradores que se relevan de manera sublime: Amanda, la madre de la encantadora Nina y un niño llamado David, una presencia oscura y fantasmal que habitan en un pueblo con calles de ripio, caballos de carreras, sembradíos y supersticiones. Los dos narradores entran en tensión y se complementan. Uno parece tener (y escamotear) una valiosa información; sabe a donde tendría que llevar el relato y no tiene reservas en indicarlo. “Eso no es lo importante”, suele decir, porque hay un punto exacto, un momento al que el relato debe llegar. Está voz dentro de la voz del narrador funciona como homenaje a la abrumadora El tercer policía, de Flann O'Brien, novela que descubrí, precisamente, por recomendación de Samanta. En Distancia de rescate hay prisa, los narradores se están quedando sin tiempo. David indica cabalmente cuando estamos cerca de algo importante, o cuando Amanda, la otra narradora, a cuya mirada el lector está atado, se distrae, o se equivoca. Somos llevados a ciegas por un personaje que ignora la magnitud de lo que está ocurriendo y otro que si lo sabe. Como en El innombrable, de Samuel Beckett, se pierde noción del espacio, se confunden los tiempos. Nada es certero. Ésta frenética y desesperante nouvelle (formato al que Samanta no nos tenía acostumbrados, pero que maneja a la perfección y celebramos como lectores) es una clase magistral de 124 páginas sobre tensión narrativa. El título es explicado desde el principio por la propia Amanda: “yo siempre pienso en el peor de los casos. Ahora mismo estoy calculando cuánto tardaría en salir corriendo del coche y llegar hasta Nina si ella corriera de pronto hasta la pileta y se tirara. Lo llamo distancia de rescate, así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería”. Esta idea volverá como una letanía, al estilo El cuervo, de Poe, en un compás que marcará cada vez con más oscuridad el peligro de esta bomba siempre a punto de estallar, de esta bomba detonada. La cuerda se tensa, el peligro se devora. Vemos lo peor a punto de ocurrir en un pueblo cuya gente sufre por un extraño y peligroso veneno que está intoxicando a sus habitantes y no podemos dejar de leer, porque Schweblin nos hace devorar tragedia de manera voraz. Es la parábola del monstruo detrás de la puerta llevada al extremo. A la noche, cuando terminé el libro tuve una horrible pesadilla en la que mi hijo corría por la calle a un metro mío. Veía mi mano tratando de alcanzarlo, y en el rabillo del ojo, asomaba un colectivo. Solo podía pensar en la “distancia de rescate”, que no era suficiente para llegar hasta él. Lo perdería. El colectivo embistió a mi hijo. Desperté sobresaltado y me dije: “Carajo, Samanta, me plantaste un fantasma”. Y en vez de volver a dormir, agarré el libro, para leerlo de nuevo.

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