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RESEÑA DE DISCURSO DE LA RAZÓN SALVAJE

 

 

 

 

 

Por Pablo Milani

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                 

 

 

 

                                  Discurso de la razón salvaje

                           Cristian Ton

                           Milena Caserola

                           192 páginas

 

 

 

La novela comienza con un epígrafe de Informe para una academia de Franz Kafka donde aclara que la naturaleza no siempre es una lucha de igual a igual. Un destino imperfecto, un pensamiento incomunicable, es el que acaso sufre desde un principio altisonante Pedro Vermilión, protagonista en desuso de Discurso de la razón salvaje (Milena Caserola, 2014). Es la historia imprevisible de un personaje que lucha con sus propias miserias en un mundo hostil y desalmado. En todo caso la sagaz pluma de Cristian Ton (Mendoza, 1980) hace de esta novela un volumen deformado por el capitalismo reinante. “En todo discurso gobernado por el deseo de conocer hay en definitiva un fin”. Desliza en su descripción altibajos de una sociedad enferma dentro de una mente que no alcanza a absorber esa “naturaleza de las deformaciones”. Así, el protagonista agoniza en cada decisión y tropieza sin ser capaz de pensar en ninguno de sus actos sobre un inevitable monólogo. La novela se centra alrededor de un ser anónimo e invisible para las cosas buenas que se le presentan. Va al revés de lo que en realidad le sucede. Los individuos en una sociedad secuestrada se desplazan desde un costado al centro de la escena y vuelven como figuras secundarias o mencionadas por otros. En ellos hay una relación de intimidad y desasosiego. El amor es algo que no se alcanza a comprender, se aleja de los hechos, de los personajes. “El amor es una pasión furiosa y trágica”. No resuelve abandonar su primera invención, sino, por el contrario, intenta alejarse de ella, como si se tratara de un abanico que siempre se abre a medias. Es éste el difuso resultado de Discurso de la razón salvaje que no logra llegar a reunir con claridad los disturbios de un individuo victimizado por una sociedad que se muestra estrecha. Los personajes dialogan de modo irrisorio o paródico acerca de estas y otras cuestiones. “Usamos la razón para ir de una consecuencia a otra. Las pasiones se apoderan del hombre y se crea así la controversia.” Es así que las acciones de Pedro Vermilión con el mundo dialogan entre la consideración de lo irrelevante y la perspectiva irónica sobre lo que se intuye verdaderamente serio. Son relatos de pensamiento, siendo que el protagonista va siempre detrás de ellos. El paso del tiempo transcurre en un constante presente. Como si sus personajes se trasladaran en tiempo y espacio sin necesitar de ellos. El efecto sorprende por que se resquebraja la jerarquía de actos que nos acostumbra la literatura y sólo existe como paso de un episodio a otro. Cristian Ton aborda en su descripción a un llamado de alerta sobre las dificultades de un mundo indiferente y abstraído. “Eran individuos que no lograban mostrar todo su potencial al mundo cruel que los consumía”. Es una novela indisciplinada que indaga y deja pensar sobre la disolución de un personaje que se va cubriendo de imprecisas nostalgias. No habla sino para ocultar, persigue lo real, aunque en realidad trata de huir de ello.  Cabría preguntarse ¿Porqué Discurso de la razón salvaje? Parece una incitación a la superioridad del personaje principal de la novela frente a su entorno, gris y sin sorpresas. Capaz de consumirse en su propio sitio ante la imposibilidad de dialogar con un mundo, a su entender, breve y poco gentil. Como si esperara siempre más de lo que su entorno está dispuesto a dar por él y como contrapartida, su cinismo y sarcasmo fluye como una tormenta capaz de destruir todo a su alrededor.  Finalmente, Discurso de la razón salvaje, oculta o naturaliza en diferente grado una porción del mal en el desmesurado intento cotidiano de ser aceptado, reconocido, adorado. Y algo más, el impecable arte de tapa, fotografía de Robert Doisneau.  

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