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                                                                  Minitas

                                                     Ana López

                                                     Textos Intrusos (2014)

                                                     138 páginas

 

 

 

Sin entrar en la discusión sobre cuánto bien o cuánto mal le hizo el denominado minimalismo y realismo sucio de Raymond Carver o la crónica -como género literario- a la literatura contemporánea argentina, podríamos decir que los 13 relatos (de 13 mujeres) contenidos en este libro son un híbrido entre ese estilo y ese género. No entro en esa discusión porque mis conocimientos –hasta el momento-  no hacen posible elaborar una opinión objetiva sobre el asunto. Sí soy capaz de plantear y contradecir –en cierto grado- una afirmación de la contratapa del libro, escrita por Juan Martini.  Hago el siguiente planteo: Si verdaderamente a estas mujeres “el sexo las atraviesa como una metáfora despiadada de la soledad” uno esperaría encontrar –con el mismo detalle exhaustivo con que se presentan situaciones, personas, ambientes, gestos, diálogos y pensamientos- narraciones sobre cómo surge el deseo femenino, qué lo dispara y qué clase de fantasías produce.

Lo que encontramos, en cambio, es una suerte de monólogo corto, afirmaciones: “Seis meses sin coger y vas a ver cómo podés, pienso yo, pero no digo nada.”

Otro: “Ellas, cada vez más fuerte, siguen su debate sobre sexo y estimuladores químicos. Al menos cogen, pienso”

En el último de los relatos, un hombre le dice un piropo a una mujer que sale a la calle para sacar la basura: “Te daría hasta que no te acuerdes cómo te llamás”. Luego, la mujer se masturba dos veces pero no sabemos más que eso, lo fáctico. Al menos hay que festejar que el piropo no ocupa el lugar de ofensa y tiene –aparentemente- el lugar de disparador.

Si el objetivo del libro es mostrar el escenario, el statu quo del mundo femenino todavía pudoroso, el misterio -en relación al deseo- y las dificultades que se le presentan -en general- a mujeres (todavía) jóvenes, es un objetivo cumplido. Si en cambio la idea era narrar -también- el deseo, fracasa. Me planteo las opciones porque tampoco queda claro cuál de los dos es el objetivo, o si son los dos.

Cuando hablo de narrar el deseo no hago referencia a la literatura erótica ni a la pornografía porque los relatos contenidos en Minitas tratan muchos otros temas (ya archiconocidos) desde una perspectiva femenina: los hijos, la soledad, el matrimonio, la convivencia, lo doméstico, la familia, el trabajo, etc. Me refiero, para ser precisa y clara,  a que las narraciones sobre el deseo femenino devienen en una especie de psuedomutismo misterioso o en un “hermetismo de códigos de género” (tal como dice Martini, también en la contratapa, pero refiriéndose a esos otros asuntos recién mencionados).

Se me ocurre que sería prudente citar contraejemplos contemporáneos. Tengo presentes algunos. La novela No se dice Mamushka (Milena Caserola, 2013) de Karina Wainschenker podría ser uno. Los demás ejemplos que recuerdo haber leído son novelas escritas por hombres, hombres imaginando el deseo femenino (aunque con mucho talento): Verano de J. M. Coetzee y Plataforma de M. Houellebecq.

De la manera sucinta que está presentado el deseo femenino en los relatos de Minitas se permanece en un lugar un tanto conservador, dejándole esa tarea a otros para que lo imaginen, a otros que –quizás- no la han experimentado. Si el realismo pretende la reproducción exacta, completa y sincera de la época en que vivimos ¿cuál sería el motivo para permanecer en ese molde tradicional y gastado?

 

RESEÑA DE MINITAS

 

 

 

 

 

Por Ana Paolini

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