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RESEÑA DE EL CHICO DEL ATAÚD

 

 

 

 

 

 

Por Pablo Milani

                                                                El chico del ataúd

                                                                Gustavo Di Pace

                                                                Alción Editora

                                                                93 páginas

 

Este libro representa las vicisitudes combinadas de un autor en busca de su yo. Al principio tiene una frase del poeta francés  René Daumal en la que habla de una liberación. Como si  este libro lo hubiese escrito desde una prisión. Aunque imaginaria, los cuentos que poseen este libro dialogan, como pensamientos en voz alta, con el mismo laberinto que se construye  Di Pace. El cuento que le da el nombre al libro, describe la frustración de la pérdida de su padre en edad temprana.  Su mirada hacia el pasado a través de sueños es el intercambio que posee para alejarse de su realidad. El chico del ataúd (Alción Editora) contiene nueve cuentos y demuestra las inconstancias de un escritor en busca de su propia identidad. Gustavo Di Pace (Buenos Aires, 1969), en este tercer libro de cuentos, luego de Los patios interiores (Libris de Longseller, 2003) y de Mi Yo multiplicado (Alción, 2011), deja en claro que las alucinaciones son un mundo propicio para escribir de modo fallido y recurrente.  Presenta dos lados opuestos entre sí, por un lado la anomalía de vivir ausentándose en el presente para ir a buscar en el pasado lo perdido y por el otro la reconstrucción de hechos soñados a través de conversaciones con seres imaginarios. No, no es un libro que conmueva a la hora de leerlo. No resiste como estrategia. Sino más bien que queda en el camino en una zona errónea a la hora de reconocerse en el proceso de descomposición de los personajes. Otra cuestión, se deja ver antes del comienzo del libro, a Lara, dedicado a su pequeña hija y por la que el autor se atrevió a ponerle voz en uno de sus cuentos. “Pero papi ¿el abuelo no está en el cielo? Miré al cielorraso de la pieza y le dije que sí, pero que es otro cielo “un cielo que en este sueño mío se puede alcanzar.” Sin dudas la relación que aquí interviene es un deseo de otra realidad que al final no se enriquece con la producción de objetos imposibles. Pero lo que en El chico del ataúd no se llega a explicar es el discurso posible que conduce a fragmentos de diferente naturaleza discursiva. Y ahí es entonces donde rompe con toda ilusión homogénea relanzándola a otro lugar. Un lugar seguramente con menos intenciones y despojado de universos imaginarios que deforman todo. Di Pace prescinde estos cuentos sin remordimientos para recoger en todos ellos las huellas intertextuales que todo escritor oculta.  En la concurrida presentación de El chico del ataúd en la Biblioteca Nacional, Di Pace pronunció una frase: “Mi aspiración es mirar atrás y no arrepentirme, o no arrepentirme tanto”, quizás le funcione. Como una muerte lenta en busca de respuestas, la experiencia de lectura debería tener algún sentido, tener esa información someramente reveladora que clausuren destinos inequívocos. Que surga como mera distracción sin activar ningún punto de defensa. Un autor trastornado por sus propios demonios alcanzados por un papel y reunidos en libro. Algo que Di Pace utilizó como instrumento de llegada al prójimo y su fin como debacle.   

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