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Teatro

 

 

 

UN MONÓLOGO DESDE EL ENCIERRO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Bibiana Ruiz

 

 

 

Cuando decimos la palabra topo, la primera imagen que viene a la cabeza es la de un animal relativamente pequeño que hace túneles. Por insistencia de los dibujos animados tiene también dos dientes blancos muy grandes asomados por encima del labio inferior y usa anteojos por estar casi ciego. En las últimas décadas, la misma palabra pero usada como apodo para humanos dio lugar a otras imágenes, como la del detective o la del informante refugiado. Cualquiera sea el caso, el estereotipo del topo incluye un ambiente oscuro y húmedo, el escaso (o nulo) contacto con el mundo exterior y por ende el encierro.

 

La obra El Topo fue escrita por el autor y director Luis Cano mediante una beca otorgada por el Fondo Nacional de las Artes en el año 2000. Detalla los pormenores de la vida en y por el teatro ytiene todos los clichés necesarios a la hora de contar la vida de alguien que vivió sin salir de uno.Comparte algunas de las características mencionadas anteriormente y agrega otras que bien podrían engrosar el imaginario popular topero. Un hombre que carga con una joroba al mejor estilo Quasimodo ­con quien sufre en común la desgracia de haber sido “abandonado” al nacer­ y para quién el teatro ha sido, es y será la vida misma.

 

El personaje de Víctor Hugo no es el único que comparte algo con este Topo. También lo hace Don Juan y no sólo porque vivir en un teatro (y no salir nunca de allí) puede ser un infierno sino porque los nombres de los siete personajes que interpreta el actor Luciano Suardi salieron del texto de Tirso de Molina.

 

La obra es ideal para las personas que conciben el teatro como una parte inseparable de sus vidas. La recrean en la sala 3 del Teatro de la Comedia, un lugar pequeño con capacidad limitada. Sin embargo, su tamaño es el que permite que el ambiente de intimidad que se genera durante la puesta sea ideal. Eso y la disposición de las no­butacas, unas sillas (altas y bajas) colocadas en filas pero dejando el sufiente espacio entre cada una como para sentarse cómodamente. La malo de sala es que da a la calle Rodríguez Peña y el ruido del tránsito muchas veces impide la concentración del espectador. Al entrar, y junto con el programa, uno recibe un glosario con “términos poco usados” que se dicen en la obra. Para no perderse, se recomienda leerlo mientras se espera que comience la función.

 

Suardi sale a escena vestido con un traje impecable. Está solo delante de una escenografía naive y frente al esqueleto de un sillón que se interpone entre él y el público. Tiene sobre su espalda algo más que una joroba: el peso de ser el único actor en escena e interpretar, además, a muchos (todos los) personajes. Lo hace con calidad, con estilo, desplegando su versatilidad y demostrando ser un digno discípulo de Alejandra Boero.

 

Su monólogo está dividido en varios actos. El comienzo y el final de cada uno lo marcan los colores de los filtros de celofán que se interponen entre el haz de luz proyectado por el seguidor y el actor. A veces lo iluminan en blanco, otras en verde, otras en rosa. Las mejores, en sepia. Por momentos lo acompaña, muy de fondo, una música cuya función es evocativa.

 

Se lo puede ver sábados y domingos por la noche y escuchar a los personajes que recrean la historia de El Topo contándole situaciones vividas en su hábitat, ese teatro antiguo, antes de ser demolido. “Tu vida cabe en una cáscara de nuez”, le dicen. O en una hora de función.

 

 

 

Texto y dirección: Luis Cano

 

Actuación: Luciano Suardi

 

Diseño de escenografía y vestuario: Rodrigo González Garillo

 

Realización de escenografía: Gustavo Di Sarro

 

Realización de vestuario: Patricio Delgado

 

Música original: Diego Vila

 

Fotografía: Lucía Galli

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